
Atomización arquitectónica (Pabellón español en Bruselas 1958)
La integración semiótica del tercer entorno es una de las cualidades que le permiten alcanzar cotas de interacción muy superiores a las de E1 y E2, al menos en el lenguaje audiovisual. Y es que la utilización de un sistema binario basado en elementos comunes como los bits, los pixels o los lenguajes de programación son la clave de la codificación y descodificación de cualquier comunicación posible en el tercer entorno.
Sin lugar a dudas, la diversificación que encontramos en los dos primeros entornos se trata de un handicap importante para la interacción. En el ámbito urbano se debe fundamentalmente a una concepción excesivamente artesanal de la construcción.
Aunque la estandarización ha suscitado polémicas por atentar contra la diversidad, es evidente que ha sido fundamental para el desarrollo tecnológico, si bien ha encontrado muchas dificultades para instalarse plenamente en la arquitectura y consecuentemente en la ciudad.
Tenemos que recurrir a ejemplos arquitectónicos aislados para mostrar su utilidad y al mismo tiempo su carácter versátil, que constituye paradójicamente una garantía de diversidad.
El ejemplo que consideramos paradigmático de este hecho no es otro que el pabellón español de la Exposición Universal e Internacional de Bruselas de 1958, obra de los arquitectos José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún.
Aunque el lema de la exposición era “Por un mundo más humano”, o tal vez por eso, su símbolo por excelencia fue el Atomium, convertido con el tiempo en el monumento más representativo de la capital belga. Pero más allá de su alusión a los nueve átomos del cristal de hierro no ofrecía nada más que un símbolo.
El pabellón de Corrales y Molezún suponía por su parte una interpretación arquitectónica del átomo: era una concatenación de “átomos” hexagonales con la finalidad de configurar espacios diáfanos adaptándose a un terreno dado. Cada uno de esos elementos hexagonales tenía su propia estructura y su propia cubierta, ya que se disponían como sombrillas invertidas que recogían las aguas pluviales en un soporte tubular central que hacía de bajante. Además podían acoplarse fácilmente adaptando sus alturas para permitir modificaciones tanto en planta como en sección.
Posteriormente los módulos hexagonales que configuraban el pabellón fueron trasladados a España para reutilizarlos con otra disposición y en un terreno totalmente diferente.
Por todos sus resultados consideramos que el Pabellón de España de 1958 contiene muchos de los fundamentos arquitectónicos de la integración semiótica, o lo que es lo mismo, la traslación de las principales cualidades interactivas del tercer entorno a E1 y E2.
De esta imbricación surgirán importantes temas para la reflexión urbanística centrada en cada uno de los tres entornos: la adaptación (E1), la fabricación (E2) y la generalidad (E3).
Deja una respuesta