
Arquitectura móvil (Yona Friedman).
Nuestra cotidianeidad se ha construido siguiendo un patrón de exteriores e interiores a los que somos sometidos constantemente:
“Tanto si andamos por el campo como si paseamos por una ciudad, continuamente traspasamos mojones, cercas, umbrales, límites y fronteras que separan parcelas, fincas, habitaciones, casas, edificios, barrios, pueblos, ciudades, regiones y países entre sí. Para ir de casa al trabajo, salimos de nuestra habitación, salimos de casa, salimos de nuestra manzana o barrio, atravesamos encrucijadas, parques y barrios y llegamos finalmente a nuestro recinto laboral, sea éste una huerta, un barco pesquero, una mina, una fábrica, una oficina, una tienda, una escuela o un banco. Vivimos y trabajamos en el interior de recintos, y a lo largo del día iteramos una y otra vez la acción de traspasar diversos límites o fronteras para ir de un interior a un exterior, y así sucesivamente, hasta llegar al recinto en donde vayamos a intervenir”. (*)
Por su parte, el tercer entorno se basa en un sistema reticular de redes que se trazan en función de las demandas de conexión de sus usuarios; si bien es cierto que las conexiones por cable ya presuponen un trazado predeterminado para dichas redes. Esto quiere decir que el “tejido urbano” de E3 se configura mediante la participación activa de los ciudadanos y es eminentemente efímero.
Cuando en 1956 Yona Friedman publica el manifiesto La Arquitectura Móvil, da un paso más en la introducción del tiempo en la arquitectura. Este camino le va a llevar hacia un humanismo basado en un hipotético derecho al espacio (análogamente al derecho a la ciudad que se desprende de la obra de Lefebvre). Pero además introducirá la reticularidad estructural como un instrumento necesario para el ejercicio de ese derecho.
Aunque sus proyectos se alejaron en gran medida de la esfera de lo posible, hoy encontramos en su Villa Espacial una auténtica metáfora del tercer entorno: una estructura aérea que permite comunicarnos y construir nuestros propios espacios configurando así un tejido espacial colectivo.
Podríamos decir que Friedman y Lefebvre comparten un fin racional, tal y como demandaba Adorno de los instrumentos “racionales” a los que criticaba: la construcción colectiva del espacio desde la máxima libertad individual. Pero en este caso cabe poner en duda la racionalidad de los instrumentos propuestos por Friedman.
Su predeterminación estructural no deja de ser una imposición espacial que entra en contradicción con sus propios fines. En cualquier caso, reivindica algunas prácticas contempladas en Livingry City, como son la modulación y la propia reticularidad, que sí responden a criterios racionales y que favorecen, por contradictorio que parezca, la libertad espacial.
Pero en la síntesis de esta nueva dialéctica (recintualidad‐reticularidad) debemos fijarnos especialmente en recintos a los que pocos arquitectos han prestado atención como espacios habitables: los vehículos urbanos; especialmente en aquellos que forman parte de una red pública de transporte, los cuales constituyen un ejemplo de recintualidad y reticularidad.
Este tipo de recintos han sido denostados por la cultura postmoderna al ser considerados parte fundamental de la deshumanización del espacio urbano. Pero también contamos con los intentos de humanización de tales recintos, de entre los que hemos destacado los llevados a cabo por Fuller, los arquitectos metabolistas o el grupo Archigram.
No obstante, siguiendo la “trialéctica” de los tres entornos plantearemos esta nueva confrontación desde tres perspectivas: la necesidad de adaptación a los recintos existentes (E1), las posibilidades técnicas del espacio artificial (tecnosfera – E2) y la reticularidad como mecanismo catalizador de la participación ciudadana (E3).
(*)Javier Echeverría, “Los Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno”. Destino 1999.
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