Shrinking of Our Planet – Aldea global.
La tendencia a la globalidad ha sido común a muchos desafíos históricos planteados desde E1 y E2, si bien se han servido de herramientas que por su propio carácter globalizador podríamos considerarlas precursoras de E3.
Tres años después de que Marshall McLuhan publicara su libro The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man (1962), donde acuña el termino “aldea global”, R. Buckminster Fuller y John McHale elaboran el siguiente cuadro evolutivo, que sintetiza el concepto introducido por McLuhan desde una triple perspectiva: la que resulta de la comparación histórica de los tres entornos.

Este esquema hace referencia a la progresiva “reducción” del planeta gracias a la mejora exponencial de los transportes (línea continua) y las comunicaciones (línea punteada) en favor de una población mundial (barras verticales) creciente en número y en interconexión.
Además de anticipar el siguiente gran salto en las telecomunicaciones (internet) este cuadro compara la evolución de tres circunstancias que definen sustancialmente el desarrollo de los tres entornos a los que se refiere Javier Echeverría: el crecimiento demográfico como síntoma esencial de la evolución histórica de E1; el progreso tecnológico de los medios de transporte y sus consecuencias en la concepción territorial de los estados o las ciudades, es decir, en E2; y el progreso tecnológico de las telecomunicaciones, que dará lugar a E3, si bien Fuller y McHale, como el propio Javier Echeverría, ponen su origen en la aparición de la escritura y su posterior desarrollo mediante la imprenta.
Esta concepción global, con independencia de las connotaciones que cada autor le dio, marcaba una tendencia en cierto modo inevitable que pocos, sin embargo, quisieron asumir.
En el centro del debate urbanístico de los años 60 se encontraba el sentido de pertenencia a una ciudad o a un lugar, en contraposición a los modelos urbanos del Movimiento Moderno, que habían obviado el carácter histórico y particular de cada ámbito de intervención arquitectónica.
Se trataba de un debate en torno al concepto de modernidad y su repercusión lógica en las “preexistencias” urbanas o territoriales, es decir, en cómo los medios reconocidos universalmente (globalidad) afectan a los aspectos más vinculados al lugar (localidad). Pero cabe ahora destacar la importancia que tenía el discurso de quienes, como Fuller o Melvin Webber, advirtieron la tendencia imparable del zeitgeist:
“Frente a todos aquellos que en esos mismos años están pretendiendo recuperar el concepto de lugar mediante la formalización de los signos físicos de su identidad, Webber cuestiona que ese trabajo de los arquitectos tenga alguna relevancia, pues piensa que el lugar es cada vez más independiente del espacio: según Webber, la esencia de la ciudad y de la vida urbana no es ya el lugar, sino la interacción”. (1)
No obstante, la interacción pasa también por la relación dialéctica que se establece entre la ciudad existente y los nuevos medios, tanto locales como globales; o si se prefiere, por la imbricación de los tres entornos desde la dialéctica globalidad‐localidad.
(1) Victoriano Sainz Gutiérrez, «La cultura urbana de la posmodernidad». Alfar 1999.
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