
Desde una perspectiva individualista, existe una tendencia a la búsqueda de amplios espacios propios en contacto con la naturaleza; y en contraposición a esa visión tan poco ecológica, existe la perspectiva antitética, esto es, la que considera necesaria la agrupación como medida de optimización material, espacial y energética.
Fuller, con su Standard Of Living Package, nos ofrece una síntesis material de esas dos perspectivas. Se trata del conjunto de instrumentos (muebles, electrodomésticos o elementos arquitectónicos en general) que una familia necesita para desarrollar su actividad doméstica, agrupados en un paquete compacto y transportable como un contenedor de mercancías. Esa agrupación material puede convertirse en una vivienda mediante su capacidad para expandirse y la ayuda de otro complemento material indispensable: la cúpula geodésica que se encarga de delimitar externamente el espacio útil y garantizar las condiciones de confort necesarias para la vida doméstica.
En este punto no pretendemos volver a la dialéctica entre modos de vida más urbanos y modos de vida más “salvajes”, sino valorar las necesidades materiales que se desprenden de la síntesis personalista de la arquitectura. Es decir, pretendemos reflexionar sobre los instrumentos arquitectónicos básicos, en este caso desde la materialidad.
Esos instrumentos han de contar con muchos de los aspectos que caracterizan a este Standard Of Living Package, ya que representa tanto la libertad individual como la optimización material, al margen de las concreciones arquitectónicas que se puedan derivar de él. Deberíamos interpretarlo como un instrumento conceptual que va más allá de los modelos de ciudad que podría generar, y en todo caso extraer de él aquello que resulte más útil para una ciudad puramente democrática, esto es, interactiva.
Por otro lado, esa ciudad ha de permitir el desarrollo de las capacidades instrumentales que sus ciudadanos deben adquirir para poder participar en su concreción material.
Ahora bien, al referirnos a la materialidad de la ciudad pensamos automáticamente en los edificios que definen sus espacios. Esa materialidad urbana no surge de la acumulación histórica de necesidades espaciales, o simplemente materiales, del conjunto de ciudadanos que la habitan. Es decir, la masa de la ciudad planificada no responde a la suma material de lo que cada ciudadano estima oportuno para vivir, sino que está formada por contenedores de espacios a los que los ciudadanos han de adaptar sus aspiraciones, tanto materiales como espaciales.
Trasladar el punto de partida de la ciudad a los contenedores materiales de sus ciudadanos, y no a los contenedores espaciales impuestos externamente, podría ser parte del proceso de
“personalización” al que queremos someter a la ciudad; nunca como condición, sino como capacidad instrumental de desarrollo.
De ese tipo de instrumentos que se derivan de la materialidad se desprende a su vez una tendencia tecnológica a la efimeralización. Este concepto, acuñado por el propio Buckminster Fuller, nos sugiere una posible relación entre su Standard Of Living Package y los dispositivos móviles que en la actualidad integran un número creciente de capacidades, incluidas las domésticas. No en vano, muchas de esas capacidades, unidas a los avances tecnológicos en nuestros electrodomésticos, han contribuido a reducir la materia precisa para la actividad cotidiana de una vivienda tipo.
Por todo ello, os invitamos a una investigación más profunda acerca de las posibilidades que abre este instrumento de referencia en la Sociedad de la Información y el Conocimiento.
Deja una respuesta